Las personas que en el mundo real conocen a este humilde bloguero saben de mi amor por los gatos. Mi relación con estos depredadores venidos a menos comenzó en mi niñez, cuando me encargaba de bajar la comida a los gatos que mantenían a raya a los roedores que pululaban en el almacén de plátanos en el que trabajaba mi padre. El cambio de embalaje de la fruta y el traslado del almacén a otras instalaciones más modernas, terminó con aquella obligación infantil, que en realidad era un regalo aunque yo protestara agriamente ante mi madre cada vez que me daba el paquete de espinas de pescado o la cazuelita con sopas de pan y leche. Pasaron los años ¡más de venticinco! y las circunstancias vitales y familiares me permitieron volver a tener gatos o más propiamente, tener el honor de que algunos de ellos tuvieran la consideración de admitirme en su círculo íntimo, pues nunca se tiene a un gato sino que el gato te tiene a tí.
No diré aquello de que hablo "gatés" en círculos reducidos pero os aseguro, como lo harán todos los que conviven con gatos, que a veces logro que me entiendan o al menos ellos hacen como si me entendieran, lo cual es una prueba de su condescencecia hacia nosotros y de su sabiduría evolutiva. Hoy quiero hablar de dos de ellos, Igor y Atenea, con los que mantuve infinidad de conversaciones durante los doce años largos que vivieron en mi casa.
Ambos nacieron el año del eclipse, 1999, y llegaron a casa con un mes escaso de vida. Igor vino del pueblo, donación obligada ante la amenaza de sacrificio, mientras que Atenea fue recogida de una plaza cercana a nuestra casa donde fue abandonada por su madre. La llegada de ambos a casa perturbó la tranquila existencia de Minerva, a la sazón única habitante gatuna del lugar y, que la verdad sea dicha, no mostró ningún apego maternal por los recién llegados.
Pasaron los meses y los años e Igor se convirtió en un gatazo atigrado, enorme y bonachón, de movimientos majestuosos y que nunca supo superar la pérdida de sus raices. Poco sociable y quizás necesitado de cariño, huía despavorido siempre que se le intentaba acariciar y no era hasta después de asegurarse de las buenas intenciones del humano de turno, que se acercaba a ronronear siempre listo para la huida. Miedoso con humanos y gatos, era en cambio un temible cazador de pájaros: gorriones, jilgueros, mirlos y hasta alguna urraca cayeron con frecuencia en sus garras. Espectador más que actor, su postura y pasatiempo típico consistía en estar tumbado al sol, tal vez debatiendo consigo mismo sobre la futilidad de la vida.
Atenea era todo lo contrario. Atrevida y curiosa, esa misma curiosidad estuvo a punto de matarla y así perdió una de sus siete vidas tras sobrevivir a un atropello cuando intaentaba cruzar una carretera cercana. Arrastrándose sobre sus cuartos traseros con una cadera rota, fue capaz de llegar a casa y trepar por una pared de tres metros de altura para pedir auxilio. El incidente se saldó con la consiguiente escayola que le daba un aspecto bastante cómico, la verdad sea dicha, y no le dejó más secuela que un trote característico y un terror a caer que le acometía sólo cuando un humano la tenía en brazos, pero que no le impedía trepar y destrepar por paredes y verjas del vecindario. Sus mayores entretenimientos consistían en salir por la tapia y entrar por la puerta, acción que repetía varias veces al día, y en aventurarse en largas excursiones por las calles vecinas, evitando astutamente la carretera traicionera. Buena conocedora del ruido característico de los automóviles de la casa, aparecía siempre al galope tendido por la acera cuando el coche enfilaba la calle, para llegar a la puerta y poder entrar en la casa... para inmediatamente salir de nuevo por la tapia. Sus paseos acompañándonos por la acera en plan Señor de las Bestias, eran otro de sus deportes favoritos (¡y la envidia del vecindario!) pues finalizaban... entrando por la puerta para volver a salir por la tapia.
Caracteres tan opuestos no impedieron que Igor y Atenea compartieran comida y cama todos estos años. Siendo los patriarcas de la troupe, mantenían una especie de reinado condescendiente sobre los otros gatos, que nunca les disputaron seriamente su posición.
Compañeros hasta el final, Igor y Atenea, murieron con un día de diferencia. Igor fue el primero y Atenea simplemente, se dejó morir negándose a comer y beber después de que la separáramos del cuerpo de su amigo muerto. Han pasado ya dos meses y he necesitado todo ese tiempo para que mis hijos se enteraran de la forma menos dolorosa posible y también para intentar asimilarlo. Aún no he podido...
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